Juré que no lloraría, tal vez recordando que tu memoria
quedó intacta y que por más lejos que yo estuviera intentabas hacer contacto
conmigo el día de mi cumpleaños y por igual con cada hijo, cada nieto, cada
biznieto.
Juré que no lloraría, tal vez recordando todas las
charlas de la infancia de mi padre y de sus amores con mi madre.
Juré que no lloraría, tal vez recordando las tantas tazas
de chocolate caliente y pan con mantequilla que nos preparaste en el E-23.
Juré que no lloraría, tal vez recordando los consejos que
me diste mientras crecía y recordando las tantas veces que me decías que yo era
un caballerito de fábrica.
Juré que no lloraría, tal vez recordando el día de mi
graduación de la universidad que me dijiste que estudié para ser un buen
ingeniero pero que no olvidara que lo importante era ser un hombre de bien.
Juré que no lloraría, tal vez recordando cuando te llevé
un dinerito de mi primer salario y que no quisiste tomarlo alegando que eso era
del sudor de mi frente.
Juré que no lloraría, tal vez recordando cuando compré mi
primer vehículo que fui a enseñártelo y a que tuvieras los honores de ser la
segunda mujer que él se sentara y me dijiste que si ya había montado a la novia
y te dije que no, que la primera fue mi madre y me diste un espaldarazo por
eso. Ese día me regalaste un Rosario Bendecido y te juro que siempre lo llevo
conmigo a donde quiera que haya ido a vivir.
Juré que no lloraría, tal vez recordando el día que te
presenté a Chiki y que le dijiste que todas las “aspirantes a Checo” tienen
primero que sentirse parte de la familia y Chiki te dijo “Bendición Abuela” y
reíste a carcajadas. Esa historia la repetiste el día de nuestra boda.
Seguiré recordando para no llorar y las 92 lágrimas
derramadas en silencio quedarán…
Geisel Checo.-
Febrero 14, 2013