jueves, 10 de noviembre de 2016

Amaneceres Pendientes

Todos los encuentros previos habían sido a la carrera cuando todo lo que él deseaba era tiempo para amarla y amarla con tiempo. Siempre había algo que evitaba poder perderse, no con ella sino en ella. Luego de aquel último encuentro, durante el conticinio, Matías se apesumbró ya que ese otro también fue un instante fugaz.



Quería, deseaba y necesitaba perderse en su piel, en sus cabellos, en el abismo de su cuerpo; quería respirarla complemente hasta que sus pulmones se inflaran de su aroma, divino y embriagante; quería una noche completa de locura que culminara en enjuagar y repetir, que no culminara realmente.


Tenía en mente fundirse con ella, Helena, al punto de ser uno mismo, no como dicen las canciones, sino más bien transferirle su ADN de pies a cabeza; ser uno, cual injerto de sus sexos, derretidos de tanto fuego, uno.


Que a la noche no le llegue el sol y al día no le llegue la luna; que al primer beso el reloj se detuviera al empañarse su cristal y la humedad oxidara las agujas; que el resto del mundo desapareciera al soltar el primer botón, de la blusa o el pantalón, lo que sucediere primero; que quedaran solos ellos dos para cometer un suicidio mutuo y asistido, una eutanasia producto de quedarse sin respiros de tanto placer.


Quería que ella muriera de un torrente de deseo que viajara desde su ánfora hasta el cerebro, pasando por su médula espinal, eso que muchos llaman orgasmo. Quisiere que ella rebautizara ese climax con un nombre que, cada vez que tenga uno, le recuerde a él.

Quisiera verla morder sus propios labios una infinidad de veces, así como cuando ese torrente placentero le fluye hasta el cerebro y apaga zonas del mismo que la hacen tan vulnerable a esos placeres; quisiera que blanqueara sus ojos, pero como de costumbre fue apresurado y en total silencio pues no había tiempo para más. Quisiera, quisiera y quisiera… cual deseo de 11:11


Está titulado “amaneceres pendientes” y no “amaneceres imposibles”, así Matías alberga la esperanza de que lo lograrán con total ataraxia y que al primer amanecer juntos le haría a Helena sentir todo lo arriba expuesto.

Geisel Checo.-

10 Nov 2016

viernes, 1 de julio de 2016

Me aguardaba en la esquina de un parque

Ya otras veces habíamos tenido encuentros casuales por lo que conocía de antemano a la gloria que me atenía si una vez más pasaba por mi necio paladar.

Pero aquella próxima vez sabía que sería especial ya que cinco meses habían pasado desde la última vez que nos encontramos un domingo de estival camino a la playa y en donde desaté mi locura que culminó con uno de los dos devorado, siendo el otro yo.

Cinco meses parecieron años para mi lujuria y estaba claro que volver a poner mis manos sobre su suave cuerpo blanquecino terminaría degustando con ansias locas su entereza y quedaría así en migajas sobre la mal tramada barba que enmarca mi boca.

Me embarqué en un camino largo por una carretera planeando el encuentro, soñando despierto con poder desatar mi furia y darle rienda suelta a la pasión que en mi provoca.

El destino era el parque de un pueblo y el camino terminaba por llevarme allí. Finalmente estaba a escasos segundos de divisar en el panorama su belleza. Dejé el vehículo tan pronto como pude y caminé un par de metros o tal vez cientos, no recuerdo.

Llegué a la esquina acordada y ahí estaba aguardando por mí como si también tuviera las mismas ansias que yo. A la pregunta de "¿para comer aquí o para llevar?" tuve que responder que para llevar porque era inoportuno dejarme ver allí como un mendigo hambriento.

Así que en su perfecta envoltura me hizo compañía en el asiento del pasajero y con su mirada sentí como me decía que esperaba de mí un beso desenfrenado cuando nos encontramos ya que era muy improbable que alguien nos viese en ese lugar remoto.

No me pude contener y tuve que ceder al reclamo mientras me abalanzaba para asir su cuerpo y darle una saboreadita divina. Craso error de mi parte pues tuve que detener el vehículo a la derecha para así, escondidos y desenfrenados, envolvernos en una tarde apasionada.

Mi zopenco paladar se saciaba con cada mordisco, con cada bocado; tanto que llegué a desconocer si era mi boca que estaba hecha agua o si era miel que destilaba de su ánfora divino.

Uno no bastó y tuvimos que repetirlo de inmediato no sin antes echarme un vistazo en un espejo para así ver mi cara de locura y aplaudir la decisión de no haberle engullido en público porque sin lugar a dudas hablarían mal de mí.

Que encuentro más rico el que tuvimos aquel dulcito y yo, que con dos porciones menos emprendimos el camino de vuelta a casa, satisfecho yo de haber comido y el dulcito de cumplir su cometido y así quedé convencido de que en Baní se encuentran unos dulces exquisitos.

Nos volveremos a encontrar querido dulcito.

Geisel Checo.-
01-Jul-2016