domingo, 11 de marzo de 2007

La Fruta Deseada.


El sol estaba en el ocaso y yo estaba esperando sentado ante la mesa preparada, no se a quien, pues no había hecho cita alguna. Eramos dos, mi espíritu y yo, anhelando la presencia de ese alguien a quien no conocíamos. Pasaron así los días y también los meses; y por fin llegó aquel día en el que una buena amiga hizo posible mi encuentro con ella. Pero no supe que era ella la deseada, lo supe sólo con el tiempo, como todo debe ser, después de varios encuentros, charlas y viviencias, sólo con el tiempo. Y así fue que se antojó ante mi la certeza de que es ella a la que esperaba aquel día ante la mesa preparada. Tiene una voz buena, una voz profunda, algo así como una voz maternal que inspira paz. Y al igual que su nombre y las demas frutas, despide un aroma que la hace deseada e imagino que al besarla desprende un rico néctar que satisface al más necio de los paladares; como una fragante rosa de verano florece su boca plena. Cuando con ella estoy siento el tiempo congelado, en serena claridad con mis pensamientos que flotan en etéreo resplandor, me fue envolviendo en su mirada, sucumbí a su encanto. Algo dentro de ella sale a mi encuentro y me inspira confianza. Una pluridad de buenos sentimientos provoca ella en mí. Su mirar es del color del cielo y no es para menos, pues del cielo proviene, como un ángel que se posó ante mí con la firme encomienda celestial de hacerse notar, y sí que lo logró, pues sólo sueño con el día que la proclame mi reina y pueda desnudarle mi corazón, tal como hoy me he atrevido a hacerlo.


Enero 18, 2004

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